LOS EFECTOS DE UNA LARGA MARATÓN

 

Lo importante, en primer lugar, es abandonar el espacio sedentario e inerte de la existencia diaria en la oficina o el escritorio, y entregarnos, por lo menos una hora, a la actividad deportiva. Se sabe que el deporte resulta vital para el bienestar corporal, pero esto no es todo lo que realiza. La agradable sensación que brota una vez concluida la actividad puede notarse a partir de dos vertientes de satisfacción: la satisfacción hormonal que se produce a nivel físico, y la satisfacción emocional que es efecto de la anterior. Una vez terminada la actividad física, comenzamos a experimentar diferentes sensaciones de leve dolor en los músculos y ciertos niveles de cansancio. Sin embargo, es un agotamiento positivo y afable que no provoca perjuicios en nuestro bienestar emocional, como si lo harían, de modo inverso, el estrés o la depresión.

 

Esto resulta evidente si se conocen las hormonas que acompañan a la actividad física. Las hormonas responsables de este bienestar que sucede al deporte son: la serotonina, la dopamina y la endorfina.

 

La serotonina es una sustancia que influye en el estado anímico del individuo, y es producto de la constante labor deportiva al aire libre. La secreción de serotonina en el organismo es esencial, pues permite regular la ansiedad en el consumo de alimentos y, por ello, impedir los excesos. A partir de esto, produce también un sueño más placentero y sano, además de proporcionarnos una muy agradable sensación de calma.

 

La dopamina, por su parte, posee una activa inclinación hacia el ámbito de las adicciones, lo que impulsa la resistencia que presentamos durante una actividad de enorme exigencia muscular o física en general.

 

De cierto modo, la dopamina nos permite soportar el cansancio y el dolor del deporte mismo. Esta vitalidad es mucho más positiva que los placeres dañinos otorgados con el alcohol, el tabaco, las drogas y otras sustancias.

 

Por último, encontramos la endorfina, hormona reconocida en gran medida por sus facultades de provocar excitación, euforia y alegría. Es, asimismo, un importante factor para la reducción del estrés y la ansiedad, e induce al cuerpo hacia el retorno de sensaciones placenteras ocasionadas por el deporte. La sensación de alegría queda impresa en nosotros y nos invita a revivirla a través de nuevos ciclos de actividad física. En todo caso, retornar a ciertas experiencias no resulta un ejercicio monótono e inútil, sino más bien un proyecto de enorme provecho que procura brindarnos mayor energía y proteger nuestra salud.

 

El bienestar emocional se genera a partir del efecto provocado por las hormonas, y nos remite a un campo de consciencia y desarrollo personal más elevado. Muchas veces planeamos salir de casa y visitar el gimnasio o algún otro establecimiento donde podamos desarrollar alguna actividad. Sin embargo, nuestros esfuerzos se ven mermados, en incontables oportunidades, por nosotros mismos. Las eternas excusas irrumpen con frecuencia en estas situaciones. Preferimos apelar a los impedimentos, la falta de actividad, encontramos perjuicios al deporte y, sobre todo, nos justificamos a diario.

 

La inactividad se convierte en la fuente principal que argumenta la autojustificación. Nos priva de la satisfacción que tiene el cumplir un compromiso con nosotros y nos priva del bienestar de nuestro cuerpo. Podemos continuar con la inercia y el letargo, porque es más sencillo justificar nuestras debilidades en lugar de afrontarlas y someterlas a mejora.

 

¿Por qué razones poseemos mayores tendencias hacia estos hábitos que resultan autodestructivos? El ser humano se inclina, por naturaleza, hacia un espectro complejo de asuntos que habitualmente lo involucran en considerables dificultades. Pero de todas estas situaciones difíciles, parecemos ignorar la más complicada de todas: realizar lo más sencillo. Y es que el argumento más fácil es siempre el más complicado, y parece eludirnos con frecuencia y facilidad. Un buen punto de partida es abandonar las justificaciones y las mentiras, ser honestos con nosotros mismos, entender y aceptar con humildad nuestras limitaciones para conseguir mayor bienestar. La actividad deportiva no puede apoyarse sin la existencia del reconocimiento, sin que nosotros seamos capaces de identificar nuestros errores y de aceptarlos como parte de nuestra naturaleza.

 

Aceptar la limitación, sea letargo, depresión o la mera y simple flojera, es el primer paso para mejorar nuestras actitudes. Solo podemos avanzar a partir de un punto fundamental, que es la humildad, la misma que afianzará nuestro bienestar emocional y corporal.

 

Pensemos por un instante en la reacción en cadena que se desarrolla por medio del reconocimiento. Entiendo que no puedo hacer deporte porque tengo flojera. Lo reconozco e identifico mi error. Lo acepto como un impedimento que deberé afrontar. Tomo mis cosas y realizo la actividad sin detenerme. Sentiré entonces dos cosas: la primera, el placer liberado por un grupo de hormonas que procuran la salud de mi organismo; la segunda, la satisfacción emocional que me produce el cumplimiento absoluto de mi meta. Y ello, consecuentemente, es capaz de provocar la segregación constante de otro grupo de hormonas que servirán para hacerme sentir dispuesto y con renovada energía.

 

Finalmente, solo se trata de mantener la voluntad de abandonar la casa o la cama, y salir al mundo exterior para navegar por encima de nuestros impedimentos: abordar el día de la actividad física como una forma de vida, nos generará efectos positivos y será fuente de mucha energía que alimentará nuestros días.

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