PORQUÉ HACEMOS LO QUE HACEMOS Y CÓMO MEJORAR

 

 

A pesar de ello, sí podemos comprender nuestra mente un poco más cada día. Se podría decir que evolutivamente nuestras mentes están programadas para tener instintos básicos que aumenten nuestras posibilidades de supervivencia y reproducción. Venganza, lealtad, ambición, deseo de procreación, miedo al rechazo, a lo desconocido, a las serpientes, son algunos de los instintos que hemos adquirido en el transcurso de la evolución ya que nos hacen más aptos para sobrevivir.

 

Esos instintos muchas veces están comandados y guiados por sensaciones agradables o desagradables. Desde la antigüedad ya se observaba la importancia de este tema, como queda plasmado en el libro Retórica de Aristóteles: “Lo más placentero es mayor que lo menos placentero; porque todos persiguen el placer y se mueven o afanan por causa del gozar mismo”. Por lo que si se ponen a analizar todo lo que hacen cada día y lo señalan objetivamente, podrán concluir que todo lo hacen basados en estos cinco puntos:

 

1. Buscar placer;

2. Evitar dolor;

3. Obtener el máximo beneficio;

4. Haciendo el mínimo esfuerzo;

5. Basado en lo que conocen y su interpretación de la realidad.

 

Cuando van al gimnasio o comen sano, lo hacen por el placer futuro de verse bien, sentirse bien, tener salud, o para evitar el dolor de verse mal o enfermarse. Cada vez que llegan temprano a su centro de labores o se esfuerzan por hacerlo bien, lo hacen por el placer de los resultados o el reconocimiento de su esfuerzo u otro beneficio, o para evitar el dolor del fracaso o el rechazo, por mencionar algunas razones.

 

Cuando comen “por ansiedad”, están tratando de paliar el dolor causado por el estrés, obteniendo placer instantáneo al comer pero esto lamentablemente solo empeora las cosas a largo plazo. Algo similar ocurre con las adicciones, buscamos algo que nos desconecte de la dolorosa realidad, refugiándonos en el placer otorgado por la sustancia o actividad adictiva. El reconocer estas tendencias instintivas nos da un enfoque más completo de los problemas y dificultades de nuestras vidas, y nos ayuda a comprender por qué hacemos lo que hacemos.

 

Evolutivamente estamos programados para buscar lo eficiente, lo que nos dé más invirtiendo menos, ello debido a que las personas más eficientes son las que tienen mayores probabilidades de sobrevivir y reproducirse, desde esta premisa se podría decir que somos “flojos” por naturaleza. Sin embargo, esto se compensa viendo que también queremos el máximo beneficio, el cual muchas veces no se puede lograr con un esfuerzo mínimo, sino que suele requerir un esfuerzo mayor, y haremos más o mejor las cosas en la medida en que nuestro esfuerzo sea bien recompensado, y desde esta perspectiva se podría decir que también somos “empeñosos” por naturaleza.

 

Comprendiendo mejor porqué hacemos las cosas, debemos tratar de encontrar el balance para poder lograr nuestros objetivos y aumentar la calidad de nuestras vidas. Tengamos en cuenta que la única clave para lograr algo y mantenerlo en nuestra vida es: MERECERLO.

 

Habiendo analizado los cuatro primeros puntos, todo lo mencionado tiene sentido en nuestra vida, sin embargo, no aplica del mismo modo para todas las acciones realizadas por las demás personas. Por eso es muy importante comprender e interpretar el quinto punto de manera correcta. Las personas hacen cosas basadas en los cuatro primeros puntos, utilizando las alternativas que la vida les ha enseñado y que, por lo tanto, son opciones viables en sus mentes. Por ejemplo, si le digo a un grupo de personas que, ya que no tenemos dinero, robar es una opción, probablemente la mayoría dirá que no vale la pena el riesgo, o que el estar en la cárcel implica mucho dolor y no justifica el placer de haber obtenido el dinero. Pero si le dijera lo mismo a un grupo de personas que no conocen modos honestos y eficientes de ganar dinero, tienen muy pocos recursos o mucha necesidad, y conocen a otras personas que han robado sin ser castigados por la justicia, probablemente la idea no les suene tan descabellada.

 

Es esencial tener en cuenta la importancia de la interpretación de la realidad que tiene cada persona; así, no es el hecho, sino la emoción y el recuerdo generados, los que pueden motivar uno u otro comportamiento. Y cuando tenemos creencias limitantes en nuestra mente, nuestras opciones también se ven limitadas y por tanto corremos mayor riesgo de tomar malas decisiones. Dijo Aristóteles: “Una buena decisión se basa en conocimiento y no en números”.

 

Ahora que ya sabemos por qué hacemos las cosas, tenemos que preguntarnos, ¿cómo cambiar para mejorar nuestras vidas?

 

Los pasos para generar un cambio sostenible son los siguientes:

1. Darme cuenta de que hay algo que cambiar (mejorar).

2. Querer cambiar (creer que vale la pena el esfuerzo).

3. Creer que puedo cambiar.

4. Crear un plan (informarme).

5. Tomar acción pronto.

6. Adaptarme a las circunstancias y resultados del cambio, repitiendo las acciones hasta convertirlas en hábitos.

 

Lo primero es darnos cuenta de que algo se puede mejorar, que puede cambiar, que no tiene por qué permanecer de ese modo para siempre. Por ejemplo, cuando algo no funciona del modo que queremos y quedamos insatisfechos con los resultados, nos puede conducir a buscar algo mejor. Recordemos la frase difundida por Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando resultados diferentes”.

 

Lo segundo es querer cambiar. Tengamos en cuenta que el cuerpo quiere lo natural y, los hábitos sean buenos o malos si se mantienen durante mucho tiempo, se vuelven “lo natural” para el cuerpo, y hacer un cambio requiere esfuerzo, tiempo y por lo tanto cuesta realizarlo. El cambio tiene que significar más beneficio que daño para nosotros, tenemos que pensar que vale la pena hacerlo, que va a generar más placer que dolor en nuestras vidas. Es allí cuando decidimos que queremos cambiar realmente.

 

De nada sirve saber que hay algo que cambiar y querer hacerlo si estamos convencidos de que nosotros no PODEMOS CAMBIAR, porque: “es el destino”, “así soy yo”, “tengo mala suerte”, “son mis genes”, “hice cosas mal en el pasado y merezco el castigo”, “estoy viejo”. Esto me recuerda la historia del elefante amarrado, un animal majestuoso que cuando está amarrado a una soga no intenta ya escapar, debido a que fue condicionado y aprendió desde pequeño a que la soga es más fuerte que él, y al aprender esto dejó de intentar huir, se rindió y años después a pesar de ser un animal increíblemente fuerte, no utiliza su poder porque no es consciente de todo lo que puede hacer. ¡Cuántas veces nosotros también nos comportamos de ese modo, olvidando todo el potencial que tenemos y lo increíbles que somos los seres humanos!

 

La mayoría de veces ponemos excusas o tenemos creencias limitantes que no nos permiten ver la realidad de forma objetiva. Y es que es más fácil rendirse, justificar o culpar a los demás cuando tenemos problemas, pero definitivamente no es recomendable. Por eso el punto crucial es creer que nosotros podemos cambiar. Dijo Henry Ford: “Ya sea que pienses que puedes o que pienses que no puedes, tienes razón”. Todos podemos cambiar nuestras vidas, lo único que necesitamos es darnos cuenta cómo nuestros pensamientos y acciones influyen en ellas, y tomar completa responsabilidad por lo que hacemos.

 

Debemos crear un plan y prepararnos para llevar a cabo las acciones oportunas de manera correcta. Es necesario informarnos e idear las maneras más eficientes de llevar a cabo nuestros planes. Tener buenas intenciones no basta, se necesita conocimiento, capacidades y un buen plan para no cometer un exceso de errores que trunquen nuestras aspiraciones. Dicho plan debe ser realizado en un lapso prudente de tiempo y utilizando nuestras experiencias, así como las de los demás para incrementar nuestras probabilidades de éxito. La importancia de la preparación queda clara en la frase de Abraham Lincoln: “Dame seis horas para talar un árbol y pasaré las primeras cuatro horas afilando el hacha”.

 

Cumplidos los cuatro primeros pasos es hora de tomar acción, esto debe hacerse pronto, no se puede esperar a que las condiciones sean perfectas, ya que tal vez eso nunca llegue. Se debe utilizar el conocimiento y el criterio para realizar las acciones necesarias, recordemos que no solo es importante hacer las cosas sino también dónde, cómo, cuándo, con quién, y sobre todo por qué las hacemos. Reza un proverbio budista: “Saber y no hacer es no saber”.

 

Una vez materializados nuestros pensamientos en acciones, debemos repetir dichas acciones lo suficiente hasta que se vuelvan nuevos hábitos, de modo que ya no nos cuesten esfuerzo, sino que se vuelvan parte de “nuestra naturaleza”. Tengamos en consideración que la mayoría de los hábitos se pueden cambiar en tres semanas hasta un máximo de 66 días, según investigaciones científicas. En este proceso debemos adaptarnos de acuerdo con los resultados que vayamos obteniendo para mejorar el modo en el que hacemos las cosas; además, es de suma importancia utilizar el sentido común y el buen criterio para actuar acorde con las circunstancias particulares de lo que hacemos.

 

No a todos les funciona lo mismo en la misma medida, debido a que cada persona tiene sus propias habilidades, capacidades, creencias, valores, ideas, prioridades en la vida, y ello genera resultados diferentes en diferentes personas.

 

El secreto para lograr el cambio es tener un enfoque positivo, lo que nos proporcionará la motivación suficiente para lograr cualquier cosa que nos propongamos. No nos fijemos en lo que aún no hemos logrado mejorar, en su lugar, deberíamos sentirnos bien por lo que sí hemos avanzado, por lo que sí tenemos, y estar agradecidos por las oportunidades que se nos presentan para poder mejorar.

 

 

 

 

 

Dr. William Flores

CMP 61628

Médico Cirujano, Acupunturista, experto en Nutrición

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