POR QUÉ CREO EN EL RENACER

 

 

Lord Thomson de Fleet fue uno de los más grandes periodistas de nuestra era. Un día me invitó a comer en el suntuoso comedor del Times de Londres. Estaban sentados en la mesa distinguidos editores y escritores, así como prominentes hombres de negocios.

 

La conversación versó en torno de muchos temas: economía, política. De pronto, interrumpiendo la charla, Thomson me dijo:

 

* Dr. Peale, yo soy viejo, y uno de estos días voy a morir –en el salón reinó el silencio-. Quiero saber si existe el más allá.

 

No podía saber yo si Lord Thomson estaba bromeando; sin embargo, sentí que la pregunta iba en serio, y lo abrumaba:

 

* Lord Thomson – contesté -, creo en las promesas de la Biblia. Pero más allá de lo bíblico están las pruebas que nos dan la inteligencia y el sentido común.

 

Entonces relaté a la ocurrencia una parábola sobre un feto, acurrucado bajo el corazón de su madre: “Supongan que alguien le hablara a ese ser en formación y le dijera: No puedes quedarte aquí mucho tiempo. Dentro de pocos meses, nacerás, o tal vez consideres ese acto como una muerte de tu estado actual”.

 

El niño puede objetar tercamente: “No quiero ser lo que tú llamas un nacido, o lo que yo llamo muerto, fuera de aquí”.

 

Pero la criatura nace. Muere respecto de su vida fetal. ¿Y qué encuentra? Siente bajo su cuerpo brazos fuertes y amorosos. Alza la vista y ve un bello rostro lleno de ternura: el de su madre. Es bien recibido y cuidado, y se dice “¡Qué tonto fui! ¡Es un lugar maravilloso al que he venido!”

 

Luego, disfruta de las delicias de la niñez. Llega la juventud y goza con las emociones y lo idílico de esta edad. Se casa y conoce el amor de sus hijos.

 

Pasan los años, con la fortaleza de la virilidad y la plenitud de la edad madura; la alegría y la maravilla de vivir son suyas, Después, se convierte en un anciano. Su andar se hace más lento. Alguien le dice: Vas a morir o, como lo llamamos nosotros, a nacer fuera de este lugar, y entrar a otro.

 

Y él quizás proteste: “¡No quiero morir! Tengo a mis seres queridos. Amo este mundo…el alba y el atardecer, la luna, la luz de las estrellas. Me gusta sentir el calor del fuego en el rostro cuando llega la época de frío, y oír el crujido de la nieve bajo mis pies, en las noches invernales. No quiero dejar este mundo. ¡No quiero morir!”

 

Pero, al llegarle su hora, muere. ¿Qué sucede entonces? ¿Acaso Dios, el Creador, va a cambiar de pronto Su naturaleza? ¿No podemos suponer que una vez más ese ser humano sentirá que lo reciben brazos cariñosos, y que nuevamente alzará la mirada hacia una faz fuerte y hermosa, más dulce aún que aquel primer rostro que vio hace tanto tiempo?

 

No exclamará pronto: “¡Vaya! ¡Esto es maravilloso! Quiero permanecer aquí para siempre”.

 

¿Acaso no tiene sentido? – concluí.

 

Un profundo silencio reinaba en la mesa; varios de los presentes parecían conmovidos.

 

Thomson suspiró y asintió:

* Ciertamente, tiene sentido. Siempre recordaré esa parábola. Me ha ayudado a responder la interrogante que durante años me ha obsesionado.

 

Norman Vincent Peale

 

 

 

 

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