“PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”

Omraam Mikhaël Aïvanhov

Maestro de la Fraternidad Blanca Universal

FRANCIA

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Leemos los evangelios, los comentamos, pero corrientemente no alcanzamos el pensamiento de Jesús, porque la mayoría de las veces interpretamos las palabras y los actos de alguien en función de su propio punto de vista limitado e, incluso, en función de sus propias lagunas y defectos. Como les he dicho a menudo, para saber exactamente lo que un ser quiere decir, hay que entrar en su pensamiento. Existen métodos para comprender lo que han dicho o escrito hombres que murieron hace ya mucho tiempo, y todos aquellos que poseen estos métodos llegan necesariamente a las mismas conclusiones. Si nadie se pone de acuerdo, es precisamente porque desconocen estos métodos. Hay tantos comentarios diferentes como comentaristas. Y hasta ahora la genta ya está tan harta de todas estas interpretaciones, incluso de las de los Evangelios, que no quiere oír hablar de ello; y es normal.

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Tomemos un ejemplo. Desde hace dos mil años se citan las palabras que Jesús pronunció en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Todos los que comentan estas palabras insisten en el perdón diciendo que hay que perdonar como Jesús perdonó; y eso es todo.

 

Desde hace dos mil años, los que escuchan estos consejos tratan de perdonar a sus enemigos y a todos los que les han hecho daño, pero no lo consiguen.  ¿Por qué? Porque Jesús poseía un secreto, y mientras desconozcamos este secreto, aunque deseemos tomar a Jesús como modelo, no podremos perdonar. No basta con querer tomar a Jesús como modelo. Hasta que no consigamos establecer un contacto con él gracias al conocimiento y a la comprensión de lo que él mismo conocía, seguirá estando lejano, inaccesible, y no podremos imitarle. Además, muchos piensan que, puesto que era el Hijo de Dios, puesto que era Cristo, tenía el poder de perdonar, pero que nosotros, que somos seres humanos no podemos hacerlo.

 

Lo que les voy a explicar ahora les mostrará cómo perdonar a todos los que les han hecho daño. Algunos dirán: “¡Pero es que nosotros no queremos perdonar!” Bien, hagan lo que quieran, pero solo ustedes seguirán estando abrumados, atormentados, envenenados y se sentirán tristes y desgraciados. Porque guardar rencor a alguien es algo espantoso. Hay que hacer algo para escapar de esa situación y, como no es aconsejable matar a su enemigo, para desembarazarse de él, más vale perdonar. Yo les diré cómo.

 

Estudiemos ahora la frase de Jesús “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” ¿Por qué no se ha analizado mejor esta frase…? “Padre, perdónalos, porque…” Jesús explica al Señor que hay que perdonar y por qué hay que hacerlo. ¿Cómo podemos interpretar esto? ¿Acaso es posible enseñarle a Dios algo que Él ignore? ¿Por qué hay que decirle “pues no saben lo que hacen”? ¿Acaso el Señor no estaba al corriente? ¿Acaso no sabe que los seres humanos son inconscientes, que son ignorantes y estúpidos? ¿Tenían que enseñárselo Jesús…? Y luego, en vez de decir: “Les perdono…”, Jesús dijo: “Padre, perdónalos…” ¿Por qué era Dios quien debía perdonar? Dios no tenía nada que ver con todo aquello; no era Él quien estaba en la cruz, sino Jesús.

 

En realidad, todo el secreto del perdón está en esta fórmula. Al decir: “Padre, perdónalos…”  Jesús se conectó con Dios; y por este vínculo se situó muy alto, por encima de sus enemigos y de sus verdugos y, desde allí, solo podía compadecerles, porque su conducta probaba que no eran inteligentes, que no tenían luz y que eran, por tanto, pobres y miserables, porque estará privado de luz, significa, verdaderamente, carecer de todo. Así pues, en este estado superior en el que Jesús se había situado, veía tan claro la miseria de los demás, que ni siquiera tenía necesidad de perdonarles. Esta fórmula es un método psicológico que Jesús utilizó para actuar internamente sobre sí mismo. Ustedes dirán: “No, nada de eso; Jesús sabía que Dios es terrible e implacable, que castigaría a sus enemigos, y por eso le suplicó que no les exterminase”. No, Jesús enseñaba que Dios es Amor; ¿por qué, pues, de repente, pensó que debía proteger a los seres humanos de la cólera divina? Si lo hubiese pensado, se hubiera puesto por encima del Señor, creyéndose más grande, más generoso, más misericordioso que Él; y eso no es posible.

 

Si tratamos de explicar estas palabras de otra manera, todo se complica. Cabe suponer que Jesús no creía tanto en el amor de Dios y que era él quien debía aconsejar a Dios que fuera bueno e indulgente; se ponía, pues, por encima del mismo Dios; y eso es orgullo. No, Jesús empleó una fórmula puramente psicológica, una fórmula mágica. Gracias a esta fórmula se situó arriba muy arriba, y situó, al mismo tiempo, a sus enemigos muy abajo, para así suscitar en sí mismo una gran piedad con ellos. Cuando vemos cuán ignorantes, embrutecidos y miserables pueden ser los humanos, ya no deseamos aplastarles. Y en esto se basa la nobleza. La nobleza consiste en no atacar al pequeño cuando nosotros somos grandes; en no abalanzarse sobre el débil cuando somos fuertes.

 

Y Jesús era tan grande en su amor, en su ciencia, en su poder, que pudo perdonar. De otra forma, con los poderes que poseía, era capaz de proyectar rayos que los hubiese aniquilado a todos.  Perdonó precisamente para no actuar como todos los que, antes que él, actuaron según la justicia, como servidores de la justicia.  Cuando se actúa en nombre de la justicia, no se perdona: ojo por ojo, diente por diente. Pero Jesús vino para enseñar el amor, la piedad, el perdón de las ofensas y, por eso en el momento de morir, pidió clemencia por sus enemigos. Cuando se comprende el secreto de estas palabras, entonces se pueden utilizar y los resultados son extraordinarios.

 

El que es pobre y débil espiritualmente, no puede perdonar: procura vengarse. Para perdonar al que nos ha hecho daño hay que ser grande, rico y fuerte, luminoso; hay que decirse: “Puedo perdonarle: ¡pobre! ¡está tan necesitado de luz, de conocimiento, de nobleza! Y ni siquiera sabe en qué condiciones se sitúa, porque las leyes de la justicia divina son implacables, y sufrirá para reparar el mal que ha hecho. Mientras que yo, aunque de momento soy su víctima, debo sentirme sin embargo privilegiado por trabajar para el bien para el Reino de Dios, para la Luz” Y si piensan así, comparando todo el esplendor en el que viven al haber escogido el camino del bien, con la miseria y la oscuridad de aquellos que son injustos y malvados, se apodera de ustedes un sentimiento de piedad. Lo que no podrían obtener por ningún otro medio, lo alcanzan fácilmente de esta manera.

 


Extraído del libro “La verdadera enseñanza de Cristo”

 Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Editado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta

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FRANCIA

 

 

01/09/2022

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