NO SE DESANIMEN ANTE SUS DEFECTOS

 

 

¡Cuántos jóvenes, llenos de entusiasmo y de esperanza, se imaginan que para llegar a ser unos seres excepcionales, héroes, incluso santos, basta con desearlo! Pero he aquí que poco a poco se dan cuenta de sus imperfecciones y de sus debilidades, y entonces se sienten desgraciados y se desaniman. Tras haber creído que eran tan fuertes, tan grandes y tan puros, etc., se sienten miserables, menos que nada. Antes exageraron en un sentido, y ahora exageran en el otro…

 

“¿Qué hacer entonces?” se preguntarán. En vez de lamentarse de sus imperfecciones y defectos que les cierran el camino, que les impiden alcanzar la meta, deben decirse: “¡Si he acumulado todos estos obstáculos en mi camino, si me he atado hasta este punto, es que soy fuerte!” Y en lugar de desesperarse, procuren sentirse orgullosos…sí, ¡orgullosos! Porque son ustedes los que han formado esos defectos, son sus hijos; y ustedes también son su padre y su madre. ¡Así pues, poseen una fuerza excepcional!

 

Seguramente pensarán que lo que les cuento es insensato. No tanto. Lean Taras Bulba, la novela de Gogol, y ahí encontrarán el ejemplo de un padre que sabía estar orgulloso de sus hijos. Taras Bulba era un bravo cosaco que había enviado a sus dos hijos a estudiar al seminario de Kiev. Cando terminaron sus estudios, volvieron a casa de su padre; entonces ya eran dos sólidos muchachotes. Contento de verles en tan buena forma, Taras Bulba les zarandeó, dándoles unas buenas palmadas en la espalda. Pero los hijos no se dejaron zarandear y devolvieron las palmadas… ¡Entonces empezó la pelea! (que querían, eran cosacos). Los hijos no tardaron en derribar a su padre. Y ¿piensan que Taras Bulba se enfureció por ello? En absoluto. Sus hijos eran carne de su carne y sangre de su sangre, y se sentía orgulloso de verlos vigorosos. Que lo hubiesen derribado y magullado un poco, esto ya era otra historia. Pues bien, ahí tienen a un hombre inteligente.

 

Aquel que es fuerte para lo negativo, también lo puede ser para lo positivo. Esos defectos, esos pillastres que se les enfrentan, no los crearon en dos o tres días, han sido necesarios años, incluso encarnaciones. Así que ahora, si son inteligentes dirán: “He invertido mucho tiempo para formarlos; pues bien, ahora, invertiré todo el tiempo que haga falta para hacerlos desaparecer y para crear, en su lugar, a seres de luz que vengan a protegerme, a ayudarme” Y en lugar de desesperarse pónganse inmediatamente a trabajar. Porque eso es lo único que importa: ponerse a trabajar.

 

Perfeccionarse es una empresa difícil: muchos acaban abandonando sus esfuerzos, mientras que otros, decepcionados de sí mismos, se desesperan y piensan en el suicidio. Pues bien, los primeros son débiles y perezosos, y los segundos son orgullosos. No hay ninguna razón para dejarse llevar por la desesperación cuando nos damos cuenta de que estamos todavía lejos de corresponder a la imagen magnífica que nos hacemos de nosotros mismos. Hay que ser humilde y decirse: “Pobre viejo (o vieja), tampoco esta vez has tenido éxito, pero no importa, continúa. Lo que cuenta es el esfuerzo, no el éxito”. Evidentemente, esto es difícil; y está claro que pasamos por altibajos.

 

Yo también sé algo de eso. No crean que siempre he sido sabio y razonable…No, desgraciadamente no. Cuando era pequeño todo el mundo se quejaba de mí: prendía fuego, provocaba explosiones y también robaba fruta a los vecinos. No era consciente de que actuaba mal, y se me ocurrían toda clase de ideas para hacer tonterías. Y he ahí que un día – debía tener seis o siete años – cayó en mis manos un pequeño folleto: era la vida de San Atanasio. Ya no me acuerdo de lo que decía, sino tan solo de que me quedé muy impresionado. Fue entonces que, por primera vez, comprendí cuan poco preparado estaba. Lloré, me arrepentí, y tomé buenas resoluciones: yo también quería ser santo. Desgraciadamente, esto no duró, pronto me olvidé.

 

Un poco más tarde leí los Proverbios de Salomón. ¿Pueden creerlo? ¡Los Proverbios de Salomón!...En nuestra escuela (entonces debía tener nueve años) había una biblioteca en la que me apunté y, un día, cogí los Proverbios de Salomón sin saber, evidentemente, de qué se trataba. Yo era aún joven, y esta lectura no era la más indicada para mí, pero en fin… Y leía: “Escucha a tu padre, escucha a tu madre…”, y todo tipo de reglas y de buenos consejos. Hablaba mucho de la sabiduría, aunque de una manera que yo no entendía en absoluto, pero de todos modos me gustó tanto…que me llevé el libro. Bien, esta es mi confesión. Durante algún tiempo, estuve bajo la influencia de la sabiduría, y fui feliz. Pero esto tampoco duró. En cuanto al libro, tranquilos, acabé devolviéndolo a la biblioteca; ¡y de él retuve algunas lecciones de sabiduría!

 

Un poco más tarde – a los doce años – yo tenía la costumbre de frecuentar el bosque para estar con los leñadores que fabricaban carbón de madera. Me gustaba ir con ellos, y ellos me querían mucho. Un día, para ocuparme en algo mientras ellos trabajaban, uno de ellos me ofreció los Evangelios, ¡y empecé a leerlos! De nuevo, algo sucedió dentro de mí; de nuevo, me vi como un gran pecador, y lloré, ¡me arrepentí! Lo que más me llamó la atención de los Evangelios, en aquella edad, fue la historia del poseso a quien Jesús liberó de todos sus demonios. Me parecía algo tan extraordinario que esos demonios, una vez expulsados del cuerpo del hombre, fuesen a entrar en unos cerdos, y que estos se echaran al mar y se ahogaran…Pero sobre todo, la imagen que me quedó grabada fue la del poseso que, una vez libre de sus demonios, se sentó, apaciguado y sosegado, a los pies de Jesús. Sí, fue esto lo que me impresionó y me veía como ese poseso, sentado a los pies de Jesús, tranquilo y sosegado. Esta impresión perduró en mí un cierto tiempo; después de nuevo se borró y volví a hacer todas las tonterías propias de los chicos de mi edad.

 

Aún pasaron dos o tres años más, y hacia los dieciséis años, de nuevo la lectura de un libro me conmovió, pero esta vez el efecto fue fulminante. Sí, fue como un rayo, como un fuego devorador que me fulminó; y a partir de entonces ¡se acabó! Definitivamente decidí entrar en el camino de la luz.

 

Algunos dirán: “Sí, pero nosotros ya no tenemos dieciséis años y aún no hemos logrado caminar por este camino de la luz. A pesar de todas nuestras buenas resoluciones, a menudo nos sentimos indecisos, vacilantes”. De acuerdo, pero no se desanimen. Lo esencial es no perder nunca el deseo de progresar. Si caen, eso no es grave, siempre y cuando hagan el esfuerzo de levantarse.

 

En todas las circunstancias de la vida, lo más importante es conservar el deseo de perfeccionarse. Porque siempre hay algo que perfeccionar; la idea de la perfección es inseparable de la existencia humana.

 

 

Extraído del libro “Un futuro para la juventud”

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Editado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta www.prosveta.com

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