LOS OJOS, LAS VENTANAS DEL ALMA

 

 

Hoy al salir en la mañana vi una ciudad llena de seres humanos cubiertos con mascarillas, y solo veía sus ojos, miles de ojos. En muchos casos sentí desolación y en otras esperanzas, y durante el día observé los ojos, las miradas, las ventanas del alma. 

 

Al retornar a casa recordé un libro que marcó mi vida “Prisionero sin nombre y celda sin número” escrita por Jacobo Timerman, escritor argentino, que vivió las penurias y torturas de la Dictadura Argentina a quien conocí en Buenos Aires y tuvimos una charla en un café en Recoleta. Recordaba su insistencia en hablarme de la importancia de las miradas, y fui en busca del libro que me autografió para ubicar el párrafo que él mismo me marcó y que comparto con Ustedes: 

 

"La disciplina de la guardia no es muy buena. Muchas veces algún guardia me da la comida sin vendarme los ojos. Entonces le veo la cara. Sonríe. Les fatiga hacer el trabajo de guardianes, porque también tienen que actuar de torturadores, interrogadores, realizar las operaciones de secuestro. En estas cárceles clandestinas solo pueden actuar ellos, y deben hacer  todas las tareas. Pero a cambio, tienen derecho a una parte del botín en cada arresto. Uno de los guardianes lleva mi reloj. En uno de los interrogatorios, otro de los guardianes me convida con un cigarrillo y lo prende con el encendedor de mi esposa. Supe después que tenían orden del Ejército de no robar en mi casa durante mi secuestro, pero sucumbieron a las tentaciones. Los Rolex de oro y los Dupont de oro constituían casi una obsesión de las fuerzas de seguridad argentinas en ese año de 1977. 


En la noche de hoy, un guardia que no cumple con el Reglamento dejó abierta la mirilla que hay en mi puerta. Espero un tiempo a ver qué pasa, pero sigue abierta. Me abalanzo, miro hacia afuera. Hay un estrecho pasillo y alcanzo a divisar frente a mi celda, por lo menos dos puertas más. Sí, abarco completas dos puertas. ¡Qué sensación de libertad! Todo un universo se agregó a mi Tiempo, ese largo tiempo que permanece junto a mí en la celda, conmigo, pesando sobre mí. Ese peligroso enemigo del hombre que es el Tiempo cuando se puede casi tocar su existencia, su perdurabilidad, su eternidad. 


Hay mucha luz en el pasillo. Retrocedo un poco enceguecido, pero vuelvo con voracidad. Trato de llenarme del espacio que veo. Hace mucho que no tengo sentido de las distancias y de las proporciones. Siento como si me fuera desatando. Para mirar debo apoyar la cara contra la puerta de acero, que está helada. Y a medida que pasan los minutos, se me hace insoportable el frío. Pongo toda la frente apoyada contra el acero, y el frío me hace doler la cabeza. Pero hace ya mucho tiempo— ¿cuánto? —que no tengo una fiesta de espacio como ésta. Ahora apoyo la oreja, pero no se escucha ningún ruido. Vuelvo entonces a mirar. 


Él está haciendo lo mismo. Descubro que en la puerta frente a la mía también está la mirilla abierta y hay un ojo. Me sobresalto: me han tendido una trampa. Está prohibido acercarse a la mirilla, y me han visto hacerlo. Retrocedo, y espero. Espero un Tiempo, y otro Tiempo, y más Tiempo. Y vuelvo a la mirilla. 
Él está haciendo lo mismo. 


Y entonces tengo que hablar de ti, de esa larga noche que pasamos juntos, en que fuiste mi hermano, mi padre, mi hijo, mi amigo. ¿O eras una mujer? Y entonces pasamos esa noche como enamorados. Eras un ojo, pero recuerdas esa noche, ¿no es cierto? Porque me dijeron que habías muerto, que eras débil del corazón y no aguantaste la “máquina”, pero no me dijeron si eras hombre o mujer. Y, sin embargo, ¿cómo puedes haber muerto, si esa noche fue cuando derrotamos a la muerte? 

 

Tienes que recordar, es necesario que recuerdes, porque si no, me obligas a recordar por los dos, y fue tan hermoso que necesito también tu testimonio. Parpadeabas. Recuerdo perfectamente que parpadeabas, y ese aluvión de movimientos demostraba sin duda alguna que yo no era el último ser humano sobre la Tierra en un Universo de guardianes torturadores. A veces, en la celda, movía un brazo o una pierna para ver algún movimiento sin violencia, diferente a cuando los guardias me arrastraban o empujaban. Y tú parpadeabas. Fue hermoso. "


 

Me entristece recordar a Jacobo y al hacerlo, recordar nuestras luchas por los presos de conciencia, que se quedaron en otros tiempos en algunos caminos que recorrimos en nuestra vida.
 

Las palabras serían mudas e insuficientes para comentar el texto, los ojos, las miradas, el alma, en esa conjunción espiritual...

 

Al salir de casa solo pensamos en ponernos la mascarilla y dejamos expuestas muchas veces sin saberlo las ventanas de nuestra alma... ¿Que verán los que nos miran a través de ellas? 

 

Una de las palabras más importantes que aprendí no tiene un equivalente en español, es simple, lo que dice mucho: Sawubona, un término zulú, que significa "te veo". No solo tu cara, por supuesto, sino tus esperanzas, tus sueños, de dónde vienes y hacia dónde vas. No es algo en lo que seamos buenos, y necesito hacerlo mejor.  Encontrar la mejor manera de ver, comprender y preocuparse por las personas que llamamos "nosotros" puede ser difícil. Y es esencial. 

 

Autor anónimo

 

09/03/2021

 


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