LA POLÍTICA A LA LUZ DE LA CIENCIA INICIÁTICA

 

Omraam Mikhaël Aïvanhov

Maestro de la Fraternidad Blanca Universal

FRANCIA

 

Cuántos países que ahora forman una unidad estaban compuestos no hace mucho tiempo por estados separados que guerreaban entre sí. Han comprendido que es preferible la unidad y, después de hacerla, se han convertido en verdaderas potencias.

 

Pero esta etapa aún es insuficiente, porque cada uno de estos países, que represen­ta una potencia, siente que el país vecino le hace la compe­tencia y esto es recíproco. ¡Se preparan para luchar, y al final acaban por destruirse! Es preciso que los humanos compren­dan que ha llegado el momento de hacer una unidad mucho más vasta, mucho más amplia: todos los países de la tierra deben unirse, y esta unificación, como en el organismo huma­no, producirá la salud, el bienestar, la fuerza. La humanidad aún no ha llegado a sentirse bien, está enferma, cancerosa, porque la filosofía del separatismo reina por todas partes. Cada cual trata de laborar solo para su país, para su familia. Pues bien, esta tendencia creará eternamente complicaciones y guerras, porque esta división siempre dañará los intereses de unos o de otros. Ahora hay que simplificar las cosas, llegar a convencer a los países del mundo entero de que si aceptan unirse, vivirán mucho mejor: todos los humanos vivirán en la abundancia, serán libres de viajar, de encontrarse, de diver­tirse.

 

Con la rapidez de las comunicacio­nes, la tierra se ha vuelto de pronto tan pequeña que ha llega­do el momento para los humanos de comprender que deben suprimir las fronteras y unirse para que el mundo entero sea una sola familia. Nos batimos, pero ¿para defender qué? Todos están dispuestos a defender un sistema que está desti­nado a desaparecer, y un día, cuando vean los esfuerzos que han hecho para mantenerlo, ¡comprenderán lo embrutecidos que estaban!

 

Pero mientras tanto, vuelven a sus viejas concepciones políticas y religiosas. Los cristianos, por ejemplo, siguen mos­trándose orgullosos de pertenecer a la verdadera religión, de ser los verdaderos hijos de Dios, mientras que los demás son paganos, ineducados, infieles. No, esto es grotesco, ridículo, monstruoso. Los verdaderos hijos de Dios no deben ser tan estrechos. Mientras mantengan este estado de cosas, se colo­can muy bajo, y no soy yo quien les coloca ahí, sino ellos mis­mos. Por sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos, cada criatura se determina a sí misma, porque entra en comunica­ción con tal sustancia, tal región o tal fuerza del universo. Cada día, a cada instante, nos determinamos por el bien o por el mal, por la luz o por las tinieblas.

 

Mirad todos esos imperios formidables que han hecho temblar al mundo y que después han desaparecido dejando su lugar a otros. Es preciso, pues, que los humanos sean más humildes, de lo contrario, tarde o tem­prano acabarán por romperse la cabeza. Todas las sociedades secretas que creían poder dominar el mundo no lo han logra­do jamás, y la mayoría ha desaparecido. Mientras que el ideal de los que siguen los proyectos de Dios, los grandes Sabios, a pesar de que a menudo han sido pisoteados y des­truidos, nunca han desaparecido. Porque en los proyectos de Dios está siempre presente la salud de los seres humanos, su libera­ción, su felicidad.

 

Los humanos deben recordar que son hijos del mismo Padre y de la misma Madre. ¿Por qué entonces matarse? ¿Por qué enfrentarse los unos contra los otros? Es monstruoso, insensato. Aceptando esta verdad, no podemos continuar separándonos, detestándonos, esto no es lógico.

 

Los humanos buscan siempre su propia felicidad, su pro­pio éxito, su propia riqueza y la defienden contra los demás, porque creen que si no lo hacen, lo van a perder todo. Hay, pues, que crear una unidad mucho mayor para poder escapar verdaderamente a todos los peligros; si no se hace así, a los pobres humanos ni las armas ni la diploma­cia les salvará. Pero un día, ante la amenaza que pesará sobre la humanidad, todos se verán obligados a darse la mano.

 

El único medio que tienen los seres humanos para resolver todos sus problemas consiste en vivir la vida fraternal, y es esta vida la que les propongo y donde encontrarán una expansión de conciencia, una mayor inteligencia, la felicidad, la alegría.

 

Hay que romper con esta filosofía de la separabilidad que adoptamos para ser, digamos, independientes y libres. Jamás seremos libres así, seremos esclavos, esclavos de nuestras debilidades, de nuestros caprichos. El verdadero desarrollo solo puede hacerse en colectivi­dad. Cuando estáis solos, no tenéis necesidad de dominaros, ni de ayudar a los demás; podéis incluso dormir toda la jor­nada, no lavaros, vivir en el desorden y la suciedad.

 

Dios está por encima de nacionalidades, por encima de los pueblos, no los ha creado para ser judíos, árabes, cristianos o budistas. Él los ha creado, esto es todo; y son ellos quienes, por sus condiciones de evolución, no han podido hacer otra cosa más que dividirse en clanes, familias, sociedades, países. Pero un día todas esas diferencias que producen tantas hostili­dades desaparecerán, y los humanos se sentirán todos ciudad­anos del mundo.

 

Un nuevo gobierno. Pero ¿cuánto tiempo va a durar este gobierno? Algunos meses des­pués será cambiado, y habrá que ocuparse de otro. Y los par­tidos políticos... Algunos aparecen, y otros desaparecen o cambian de nombre, y si no conocéis estos nombres y los de aquellos que están a su cabeza, vais a ser mal vistos.

 

Diréis: «¡Pero si quieren ayudar al país!» No se puede ayudar de esta manera, no se ha podido nunca ayudar a los humanos de esta manera. Se imaginan que se les ayuda... No, no son estas discusiones y disputas políticas las que pueden ayudarles. Todo esto nunca ha aportado nada, a no ser des­contento, furor, huelgas, revoluciones. ¿Qué ha mejorado la política? Los hospitales están llenos de enfermos, los tribuna­les llenos de procesos, y pronto se necesitará un guardia por habitante. Hay otros medios para remediar esta situación.

 

Millares de personas en el mundo sitúan a la política en primer lugar. Día y noche no se ocupan más que de eso, pero ¿qué soluciones encuentran? Ninguna, salvo pertenecer a un partido. ¡Ah! esto sí, ¡es glorioso, es fantástico el pertenecer a un partido, toda la gloria está ahí. Pero este partido ¿va a resolver verdaderamente los problemas? ¿Acaso está en el buen camino, en la verdad? No nos ocupamos de eso. Una vez inscrito en el partido, uno se siente hinchado, fuerte, seguro de sí. Pero a menudo este orgullo no dura mucho, porque si el partido no alcanza la victoria, he aquí que sus miembros se deshinchan. Toda su gloria no era más que una pompa de jabón.

 

Id ahora a hablar de política en cualquier parte, en la calle, en el tren. Veréis que los jóvenes, los viejos, todos os expondrán fantásticas ideas políticas. Dios mío, viven una vida tan limitada, tan personal, ¿qué ideas pueden tener? Y si escucháis a los jefes de los partidos políticos, oiréis que cada cual acusa al otro de arruinar a la nación y hacer desgraciados a los ciudadanos. ¡Cada cual siente un amor tan grande por la patria! Y en realidad ¿es verdadera­mente sincero, hablar en interés de su país y de sus compatrio­tas, o para sí mismo, para ser elegido? Y luego, vemos lo que vemos. Y veremos, por lo demás, lo que ya hemos visto. Es porque nadie está de acuerdo en lo que interesa al país por lo que hay tantos partidos, y cada vez habrá más. Es preciso buscar una cosa, una sola cosa que nunca se ha encontrado, ni tampoco examinado. Pero en lugar de ver el conjunto, un solo fin a alcanzar, un fin definitivo, cada cual se fija en un punto particular y lucha por unos ideales que pronto serán reemplazados por otros. Porque se van a producir trastornos que mostrarán a los humanos que no tenían una visión clara de las cosas. Y estos trastornos están previstos, y el mundo invisible lo sabe, con el fin de hacer un bien a los humanos.

 

No digo que todos estén equivocados, no, cada cual tiene razón desde su punto de vista. Pero en conjunto, todos come­ten errores. Os daré un argumento: un egoísta que no atiende los intereses de los demás arregla las cosas para satisfacer todos sus deseos y sus caprichos, y fatalmente los demás se lo reprochan; pero él no lo comprende, porque ante sí mismo todo estaba en regla, todo era perfecto, todo era lógico. Lo mismo ocurre con los partidos políticos. Todo lo que dicen es absolutamente verdadero, lógico desde su punto de vista, pero en relación con otro punto de vista, al punto de vista de la totalidad, ya no es tan verdadero.

 

Mientras no se es lo suficientemente amplio, impersonal, evolucionado, se ven las cosas según uno mismo, y la propia verdad no es más que un pedazo de la verdad. Así pues, todos los partidos políticos se equivocan porque cada cual solo ve las cosas desde su punto de vista. Si un día pueden ver la rea­lidad, no se sentirán tan orgullosos de su primera ideología. Ver las cosas no solamente desde mi punto de vista, sino desde el punto de vista de aquellos que me superan, solo así mi visión será correcta. Todos los que no desarrollan esta forma de ver se equivocan, y un día u otro, la misma vida les demostrará que se han equivocado.

 

Todos hablan de servir a la patria, pero a menudo solo son palabras, piensan sobre todo en su bolsillo, en su prestigio, en su poder, y tienen uñas, garras y dientes, que emplean para abrirse camino y obtener el primer lugar. Mientras otros que están más iluminados pero que no tienen ni uñas, ni garras, permanecen en la sombra. La única política válida es estudiando la naturaleza humana, sus debilidades, sus necesi­dades y las condiciones espirituales, afectivas, morales y económicas en las que puede expansionarse. Mientras que no se conozca todo esto, la política solo producirá disputas.

 

Para encontrar seres que tengan verdaderamente móviles desinteresados, hay que dirigirse a los grandes Sabios que han dado pruebas, que se han purificado, que han sufrido, pero que han vencido y triunfado. Por otra parte, no hay que confiar en todo el mundo. Si la naturaleza superior en el ser humano ha vencido a la naturaleza inferior, podéis tener con­fianza en él, pero nunca antes. Antes, ¡desconfiad de cual­quier cosa que os cuente un hombre!

 

Se quiere hacer creer a los humanos que su felicidad depende del progreso técnico, de las comodidades, y se le impide así respirar, contactar con otras regiones, otras entida­des que podrían traerles la paz, el amor, la plenitud que nece­sitan. Este mundo espiritual, místico, ha sido tan ridiculiza­do, rechazado, asolado, que ya no hay casi nadie que se sienta empujado a buscar en él los elementos necesarios para su supervivencia. Por eso la humanidad está a punto de morir intoxicada, asfixiada, desequilibrada.

 

Si no se deciden a seguir el camino de la espiritualidad, los humanos van a desmoronarse, porque no se puede subsistir si no se deja de absorber todo aquello que es contrario a la pro­pia naturaleza. Lo he dicho siempre: el hombre no conoce de dónde viene, adónde va, lo que debe hacer, su necesidad de comunicar con el mundo espiritual. Por eso se siente siempre aplastado, violentado, machacado, desolado, porque no se tiene en cuenta su verdadera naturaleza... ¡y eso ha sido así en todos los campos!

 

El ser humano está hecho de dos naturalezas: una natura­leza inferior a la que hemos llamado la personalidad, y una naturaleza superior a la que llamamos la individualidad. Cuando es la naturaleza superior la que domina en él, el hombre es una divinidad y puede hacer un bien inmenso en el mundo entero. Mientras que si es la personalidad la que domina, no puede hacer nada bueno, porque ésta es egocén­trica, exigente, absorbe todo hacia sí, y los demás deben incli­narse, girar alrededor de ella, porque se cree el centro del uni­verso. Desgraciadamente, en el mundo entero, la personali­dad es la que, en cada cual, ocupa el primer lugar: en las familias se ve a la mujer tirando la manta hacia sí, y al marido haciendo lo mismo; en la sociedad, cada cual trata de labrar­se su camino a expensas de los demás. En todas partes solo vemos la expresión de la personalidad que gobierna, que arra­sa. Pero los humanos no tienen suficiente criterio para anali­zar el origen de sus exigencias y de sus reivindicaciones.

 

Solo los sabios, los grandes Maestros que han dominado su personalidad, han podido expresar su indi­vidualidad y dejar una obra inolvidable, eterna, indeleble. Siempre han existido tales seres - la historia nos ha conserva­do el recuerdo -, pero son muy poco numerosos en compara­ción con todas esas personalidades que pueblan la tierra, dan­do libre curso a sus instintos más inferiores: la avidez, la hos­tilidad, la venganza. Y cuando son semejantes seres quienes mantienen actividades políticas en un país, solo pueden pro­ducir víctimas. Por eso las guerras no se acabarán nunca debido a esta filosofía de la personalidad.

 

Mientras que el político labore para satisfacer sus ambiciones, o las de su partido, o incluso las de su país, solo puede cometer injusticias. En tanto que todos participen en esta política de la personalidad, nunca podrán producirse verdaderas mejoras, habrá siempre en alguna parte de la tierra guerras y miserias. Es preciso que un día llegue alguien por fin a instaurar la polí­tica de la individualidad.

 

Para hacer política, se precisan muchos conocimientos, que tampoco poseen los políticos. Para ser elegidos, prometen todo lo que se quiera, pero cuando han obtenido el puesto, no pueden hacer gran cosa, se encuentran limitados, se dan cuenta de que no es tan fácil.

 

En cuanto a todos los que están ahí, que hablan, que gesti­culan, nadie piensa en investigar un poco para ver cuáles son sus intenciones ocultas. Y, en realidad, nos abalanzamos para escucharlos y nos dejamos llevar, les aplaudimos. Pero ¡si supiéramos qué clase de lobos son! Sin embargo, no vemos nada, no tenemos ningún juicio, ninguna intuición, y es así como los ciegos son dirigidos por otros ciegos. Pero ya sabéis lo que se dice: si un ciego conduce a otro ciego, ambos caerán en el precipicio. Desgraciadamente, solo a través de los años nos damos cuenta de esta ceguera general que ha producido catástrofes. Mirad a Hitler, a Stalin, y a tantos otros: ¡Qué verdugos, qué monstruos, y muchedumbres enteras les seguían y les aclamaban!

 

La humanidad ha llegado a un alto grado de desarrollo, es evidente, y este desarrollo lo debe al intelecto. Por sí mismo, el intelecto es neutro, no está ni bien ni mal orientado, pero cuando está dirigido por la personalidad - lo que ocurre en la mayoría de los casos - es el medio más eficaz para realizar sus proyectos más perniciosos. Gracias al extraordinario desa­rrollo de las facultades intelectuales, la personalidad logra cada vez más manifestar sus tendencias negativas: querer acapararlo todo y suprimir lo que se le resiste.

 

Durante años aún se mantendrá este estado de cosas, habrá repúblicas, democracias, guerras, devastaciones, revo­luciones... ¡E incluso existe el peligro de una tercera guerra mundial! Pero cuando los seres humanos, fatigados, extenuados, casi moribundos, empiecen a desear un nuevo orden, en este momento los Maestros, los Sabios, vendrán a dirigir, y ante tal justicia, tal esplendor, todos se someterán y obedecerán. Porque el pueblo ama la justicia, ama el orden, pero es inca­paz de implantarlo, porque en lugar de escoger un ser supe­rior, escoge siempre a uno de sus miembros. Si escogéis un jefe entre las hormigas, siempre será una hormiga la que man­de. Hay que escoger por lo tanto un ser de otra categoría, he ahí lo que no han entendido los humanos. Escogen siempre a algunos de entre ellos y, naturalmente, saben discutir, dispu­tar, morder, pero nada más, porque no conocen la Sabiduría. Y no solamente no conocen nada, sino que además hacen todo lo posible para conservar y reforzar su ignorancia.

 

No es suficiente haber logrado la libertad exterior mediante guerras y revoluciones. Hay que ser libre interiormente, libre de debilidades, libre de codicia y de vicios. Lo que falta es el verdadero respeto por el orden que existe en el propio hombre y en la sociedad.

 

En realidad, no me inclino ni por la aristocracia ni por la democracia, sino por un orden que existe en el universo y que se refleja también en nuestro ser. ¿Por qué la Inteligencia Cósmica no ha situado el vientre sobre las espaldas, y la cabe­za entre las piernas? Ha puesto la cabeza en lo alto y el vien­tre más abajo. Pero ahora la gente quiere que el vientre esté arriba, y la cabeza no se sabe dónde... Hay que comprender que existe un orden universal que no es exactamente el que los humanos han establecido. El crimen de los humanos con­siste en querer establecer su orden, su sistema, sus puntos de vista, de querer incluso imponerse a la Inteligencia Cósmica; su personalidad, a la que le gusta dominar, imponerse, ¡lle­garía incluso a destronar al Señor! Y ésta es la causa de todas las desgracias. Es la personalidad la que ha hecho perecer a varias humanidades.

 

La idea de la jerarquía es extraordi­nariamente útil para la vida interior. Solo concibiendo que todo está jerarquizado, desde las piedras hasta Dios, conser­vando constantemente esta idea de una estructura, se está obligado a obrar correctamente porque todo llega a estar ordenado, organizado, sistematizado. La jerarquía es un esta­do de armonía perfecta en donde todo reencuentra su lugar. Esto es verdad en todos los campos. Si la mayor parte de los humanos son tan desgraciados, es porque no respetan la jerar­quía. El vientre está ocupando el lugar de la cabeza o del corazón, e inversamente. No se respeta ningún orden.

 

Entrad en un pueblecito y buscad la escuela. Si no sabéis dónde está, no vale la pena preguntar: allá donde oigáis gritos y alboroto, allá está la escuela. Id pues directamente allá don­de haya ruido... Pero he ahí que el ruido no dura siempre. De pronto, se hace el silencio... Es inquietante, ¿qué sucede? Pues bien, es el instructor que ha entrado ¡y todos esos pillue­los que estaban encima de las mesas y reñían, vuelven a su sitio en los bancos, con cara de buenos, de santitos! ¿Acaso esto no es una manifestación de la jerarquía? Cada cual y cada cosa en su lugar, esto es la jerarquía. Y es verdad en todos los campos: en el organismo (donde el agua no debe ir a los pulmones, por ejemplo, ni el aire al estómago) y por todas partes, en las ciudades, en las administraciones, en el ejército, en una orquesta, etc.

 

Cada cual en su sitio. Desgraciadamente, no es eso lo que se ve actualmente en la sociedad, donde los mejores indivi­duos y los más inteligentes siguen siendo desconocidos, mien­tras que los violentos, los codiciosos, los astutos, ocupan los primeros puestos.

 

Mientras que el hombre no sea consciente de esta jerar­quía celestial, irá hacia la anarquía. Y esto es lo grave. La anarquía exterior no es tan grave, pero la anarquía interior, es muy grave: ésta es la causa de que las clínicas, los asilos y las prisiones estén llenos de enfermos y de malhechores.

 

Esta armonía no puede restablecerse sin que cada ser, cada cosa vuelva a encontrar su sitio. Y hay que empezar por el principio: el lugar respectivo que deben ocupar el corazón y el intelecto. En la mayoría de los humanos son siempre los sentimientos y las pasiones las que gobiernan, y el intelecto el que dice: «Amén». Así pues se trata de la anarquía, y los humanos ni siquiera saben que viven en la anarquía; si se les dice, van a responder creyendo que se les insulta. No, en tan­to que el corazón y el intelecto no están en sus respectivos lugares, reina la anarquía. ¿Habéis reflexionado la razón por la cual la Inteligencia Cósmica ha colocado la cabeza arriba y el corazón un poco más abajo? Es exactamente como un barco en donde el capitán está arriba y las máquinas abajo. Nuestras máquinas hacen avanzar el barco, pero el capitán indica la dirección. Si se invierte el orden ponien­do al capitán en la bodega, abajo, y los motores sobre el puen­te, se ha terminado el barco, porque los marineros no están preparados para asumir el cargo de capitán.

 

Todo está jerarquizado. Un río, desde la fuente hasta la desembocadura está jerarquizado. Incluso en un árbol, desde las raíces hasta las flores, todo está jerar­quizado.

 

Al insistir tanto en la jerarquía, naturalmente sobreentien­do siempre la jerarquía interior. Exteriormente, alguien pue­de encontrarse en la cabeza e interiormente en la cola. En la sociedad se puede estar a la cabeza porque se es rico o inteligente, pero respecto al mundo divino, para estar en primer lugar hay que tener otras cualidades distintas de la riqueza o de la erudi­ción.

 

Puede ser que en la sociedad alguien llegue a apoderarse de un puesto a base de gritos y golpes: esto ya se ha visto en las revoluciones, las guerras, los motines. Pero al mundo espi­ritual no se puede llegar de esta manera, solo se puede llegar a través del esfuerzo asiduo, constante, infatigable. Entonces sí, nos elevamos y nos imponemos a las fuerzas interiores y a las fuerzas de la naturaleza, y un día nos convertimos en una divinidad. En el plano físico los humanos, que no conocen las leyes de la jerarquía, trastornan a los demás, y les hacen sucumbir para arrebatarles su puesto; aquí, evidentemente, no hay ninguna humildad, ninguna labor, ninguna compren­sión, sino solo violencia, tinieblas, y no es ésta la manera de evolucionar.

 

Si los humanos hiciesen un esfuerzo por olvidarse un poco de sí mismos, para consagrarse a la colecti­vidad, todo el mundo tendría sus intereses salvaguardados. Porque el interés de todos está ahí.

 

 

Extraído del libro “Llegada de la edad de Oro”

 Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Publicado por Bien de Salud

con la autorización de Editorial Prosveta

www.prosveta.com

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02/09/2022

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