LA CONCEPCIÓN DE LOS HIJOS

 

 

No hay que inculcar a los seres humanos ideas que los mantengan siempre en la culpabilidad y en la imperfección, sin ninguna esperanza de enderezarse un día. Somos pecadores, eso está claro, pero no estamos obligados a serlo por toda la eternidad; hay que progresar. Y el progreso puede realizarse si los hombres y las mujeres toman conciencia de su responsabilidad en la concepción y en la gestación de los niños. Puesto que la creación depende de los creadores, estos deben mejorar para que sus creaciones sean a su vez mejores. Es simple, es lógico.

 

 

Así pues, es necesario que los padres se decidan a traer niños al mundo en las mejores condiciones. Y estas condiciones empiezan por la concepción: el estado interior en el que se encuentran los padres en el momento en que conciben un niño es lo más importante. El aspecto anatómico, fisiológico, también cuenta; pero lo esencial es el aspecto psicológico, espiritual: las fuerzas, las radiaciones, los poderes producidos por los pensamientos, los sentimientos y los deseos de los padres.

 

 

He aquí un aspecto del que hay que ocuparse: de las condiciones internas en las que se debe concebir para desencadenar las fuerzas positivas que inviten a las entidades superiores a que encarnen en la tierra. En lugar de continuar ofreciendo habitáculos a todos los espíritus malignos del pasado que dan vueltas alrededor de los seres humanos buscando encarnarse, hay que acoger a los espíritus luminosos. Desgraciadamente, debido a su ignorancia, existen muchísimos candidatos dispuestos a acoger entidades malvadas que traerán desgracias a la sociedad. Se oye a menudo a los padres quejarse: “Pero, ¿qué hemos hecho para tener este demonio en la familia?” Desgraciadamente algo han hecho pero lo ignoran; la ignorancia es la peor de las desgracias.

 

 

¿Por qué niños de una misma familia pueden ser tan diferentes? Su padre y su madre son los mismos, puede que haya entre ellos uno o dos años de diferencia durante los cuales los padres no han cambiado y, no obstante, he aquí que un niño resulta ser un golfo, otro un ángel, un tercero un genio musical, el cuarto un incapaz, etc. En cuántas familias se han dado casos de este tipo: niños que no se parecen entre sí ni tampoco a sus padres. ¿Qué ha pasado?

 

 

Si el nacimiento de los niños solo tuviera una explicación materialista, los niños nacidos de un mismo padre y de una misma madre no presentarían tantas diferencias físicas, morales e intelectuales. Pero puesto que este es el caso, ello prueba que existen otras explicaciones: la naturaleza del niño depende de los elementos que los padres han atraído mediante sus pensamientos y sus sentimientos en el momento de la concepción. Conocer la anatomía, la fisiología, no es suficiente; hay que conocer los procesos de los fluidos energéticos que entran en juego durante la concepción para comprender que hay ahí fuerzas que dirigir hacia un fin determinado. Cuando los ingenieros envían una cápsula al espacio, calculan su potencia, su trayectoria; no lanzan al cielo de cualquier manera un objeto incontrolado que caería sobre sus cabezas o las de los demás. Y esto es lo que hacen precisamente los ignorantes que traen un niño sin ser conscientes de la naturaleza de las energías que desencadenan; y después se asombran que estas energías se vuelvan contra ellos.

 

 

Dos seres que se unen para tener un hijo deben hacerlo en la luz, es decir, con la conciencia de que van a laborar juntos en una empresa grandiosa, de lo contrario se asemejarán a ladrones que van por la noche a apoderarse de lo que no les pertenece. Diréis: “Pero, cómo, ¿ladrones?” Sí, si cada cual solo piensa en aprovecharse del otro para saciar sus instintos (lo cual ocurre la mayoría de las veces), se comporta como un ladrón. Para no comportarse como ladrones, el hombre y la mujer deben aprender a no abandonarse a sus instintos y utilizar este factor formidablemente poderoso que es el pensamiento. Pues el pensamiento es un poder alquímico y mágico, es capaz de atraer los elementos y las corrientes benéficas, de rechazar las corrientes nocivas, y también de transformar el mal en bien.

 

 

Así pues, aquellos que quieren que un espíritu superior venga un día a encarnarse en su familia, deben aprender la manera de atraer por el pensamiento; sí, por un pensamiento que esté ahí, presente, incluso durante la concepción, como un transformador. Es necesario al menos que sean conscientes y se digan: “A través de este acto vamos a desencadenar poderes formidables; pongamos al menos un trasformador, nuestro pensamiento, que sabrá canalizarlos, orientarlos”. Pues solamente el pensamiento os permite movilizar instantáneamente las fuerzas que pueden colaborar benéficamente en vuestra labor de creación.

 

 

Aquellos que en acto sexual no buscan más que el placer son como ladrones, pues no hacen otra cosa que desvalijar a su compañero del que toman sus fuerzas, su vitalidad. Y por esta actitud de ladrón, atraerán también a un ladrón a su familia, pues ladrones los hay bajo todo tipo de formas. No solo existe gente que roba dinero, coches; también los hay que roban pensamientos, sentimientos, inspiraciones de los corazones, de las almas y de los espíritus.

 

 

Es cierto que no es una costumbre corriente el dar la máxima importancia al pensamiento durante el acto sexual. Se da la preponderancia a las sensaciones, y en cuanto al pensamiento, se intenta más bien suprimirlo, porque se le considera como el enemigo del placer. Es justamente en ese momento tan esencial, el de la concepción, cuando el pensamiento debe estar presente para que el hombre y la mujer sean como obreros conscientes de la importancia de su acto. E incluso antes deben orar, implorar al Cielo para que les envíe un alma de élite que no aporte más que bendiciones a la colectividad.

 

 

La fusión del hombre y de la mujer es la repetición del fenómeno cósmico de la fusión del espíritu y de la materia: el espíritu que desciende para animar la materia, y la materia que se eleva para dar al espíritu las posibilidades de fijarse y de realizar así sus proyectos. La fusión que tiene lugar cuando el hombre se une a la mujer desencadena todo un proceso en él: su organismo labora para extraer del universo una quintaesencia sutil que desciende a lo largo de su columna vertebral y que da a su mujer. Sobre esta quintaesencia laborará después la mujer durante nueve meses para formar al niño.

 

 

Por ello, antes de tener un niño, el hombre y la mujer deben empezar a prepararse para convertirse en conductores de los dos principios masculino y femenino que están en lo alto, en el principio divino.

 

 

Por lo tanto, el hombre debe esforzarse por encarnar este principio absoluto, este principio perfecto de grandeza, de inteligencia, de poder, de nobleza, de estabilidad que representa el Padre Celestial. Y la mujer también debe esforzarse por llegar a ser la encarnación del principio de la Madre Divina, que es belleza, pureza, ternura, delicadeza, generosidad, dulzura, sutileza. En el momento de la concepción, el hombre y la mujer que se han preparado conscientemente de esta manera, vibran al unísono con estas dos entidades sublimes que han creado el mundo, que están por encima de todo y que contienen toda la felicidad, todas las riquezas, todas las bendiciones. El hombre es consciente de haber llegado a ser el conductor del Padre Celestial que fertiliza a su mujer pensando que ella es la representante de la Madre Divina; y la mujer, consciente de haber llegado a ser la conductora de la Madre Divina, se esfuerza en dar a su marido, en el cual ve al representante del Padre Celestial, la materia más pura para esta creación. De esta manera, el niño que nacerá será un niño divino porque habrá sido concebido en un estado divino.

 

 

La humanidad solo puede ser transformada por padres y madres inteligentes y conscientes que traerán al mundo niños sanos y dotados de las más bellas cualidades. Los padres tienen una responsabilidad enorme. Pero para ello, aún necesitan años de preparación para su futuro papel de benefactores de la humanidad.

 

 

 

 

Extraído del libro “La galvanoplastia espiritual

y el futuro de la humanidad”

Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov

Artículo editado y publicado por Bien de salud

con la autorización de

Editorial Prosveta

www.prosveta.com

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