AYUDANDO A NUESTRA MANERA

En algún punto de nuestras vidas, creo que a todos nos llega un momento en el que contemplamos el panorama general y nos salimos de nosotros mismos. Empezamos a evaluar alguna manera en la que podemos ayudar al mundo y, quizás, lograr mejorarlo un poco más de cómo lo encontramos. Hay varias maneras en las que podemos hacerlo: algunos donan dinero, otros dan su tiempo para alguna causa benéfica o en otros casos comienzan a implementar pequeños cambios en sus vidas que, a largo plazo, suman un gran impacto.

 

Como doctora, me resulta relativamente fácil encontrar organizaciones a las que les puedo donar mi conocimiento médico. Lo que me resulta más complicado es encontrar el tiempo para donar, considerando las vacaciones limitadas, las demandas del trabajo y las responsabilidades familiares. Sin embargo, de vez en cuando las estrellas se alinean; entonces, puedo poner mi granito de arena y contribuir en algo que me apasiona: una campaña médica.

 

 

 

Llegando a Abancay, Perú

A comienzos de agosto de este año (2018), tuve el privilegio de viajar al pueblo de Abancay, localizado en la parte centro-sur del Perú. El plan era ayudar en una campaña médica en el Hospital Regional Guillermo Díaz de La Vega. Aunque el pueblo está bien desarrollado, resulta difícil llegar hasta allí ya que se encuentra entre las montañas. Tuvimos que volar desde Lima a la preciosa ciudad del Cusco y de ahí trasladarnos en un auto que subía y bajaba entre las montañas durante 4 horas. Los paisajes que vislumbramos durante el camino eran impresionantes, pero tengo que decir que durante todo ese tiempo también temí por mi vida en más de una ocasión y no me sentí bien del estómago.

 

 

 

Plaza de Armas, Cusco

 

 

 

 

Carretera a Abancay

 

 

Nos quedamos en el tradicional Hotel Turistas, junto con el resto del grupo de PAMS (Peruvian American Medical Society). Las habitaciones eran simples, pero cómodas e impecables. Lo más importante era que el hotel estaba cerca del hospital y podíamos ir caminado. Teníamos un cuerpo de más de 30 voluntarios: desde médicos y enfermeras hasta farmacéuticos y traductores (mi esposo ayudó en la labor de traducción 😍).

 

 

 

En la entrada del hotel

 

 

 

 

Con mi esposo, afuera del hospital

 

Manos a la obra

Nuestro primer día comenzó con una hermosa caminata al hospital. Estábamos rodeados por la cadena de los Andes, entre picos y nubes. ¡Era mucho mejor que mi viaje usual a mi centro de labores, rodeada por la selva de cemento de Nueva York!

 

Cuando entramos al hospital, nos encontramos con una sala de espera atiborrada de gente. Muchas mujeres lucían las coloridas faldas y chompas típicas de la sierra. Varias tenían a sus bebes, cargados en sus espaldas, envueltos en brillantes mantas con textiles incaicos. Tenían las mejillas rosadas, quemadas por la altura y el frío, y sus manos eran ásperas, callosas, y la piel gruesa como resultado de laborar la tierra. El aire tenía un olor que percibí como una mezcla de tierra y ganado. Este olor que se ha convertido en mi mente como un sinónimo de la sierra.

 

Muchos de estos pacientes vivían en lugares remotos y escasamente poblados. Tenían que caminar entre 8 a 10 horas, a veces más, para poder ver un médico.

 

 

 

Caminata al trabajo, entre las nubes

 

 

 

 

Vestimenta tradicional

 

Cuando se realizan campañas médicas en un pueblo, la noticia se extiende rápido ya sea de persona a persona, por la radio, por medio de volantes o por los conductores. Luego, el hospital crea una especie de albergue para acomodar a las personas que vienen de lejos; poco a poco goteando por la montaña para consultar a los especialistas que usualmente no tienen en el pueblo.

 

Durante los días que estuvimos en Abancay, muchas madres trajeron a sus bebés que tenían labio y/o paladar hendido. También vimos muchísimos otros (niños y adultos) que necesitaban neurólogos, reumatólogos, especialistas en enfermedades infecciosas y neumólogos, entre otros.

 

 

 

Uno de nuestros bebes con labio leporino

 

Estas campañas médicas siempre me dejan con una mezcla de emociones. Verán, nosotros llegamos, ayudamos y luego nos vamos. ¿Quién seguirá atendiendo a estos pacientes? Los médicos locales realmente hacen lo más que pueden con los recursos que tienen y se han convertido en aprendices de todo. Sin embargo, toma años de entrenamiento convertirse en un sub-especialista y obtener la pericia necesaria. También es frustrante y triste cuando los pacientes no pueden pagar los medicamentos que necesitan, aun cuando tienen el seguro médico que ofrece el gobierno.

 

El adolescente

Conocimos a un chico de 17 años previamente diagnosticado con una terrible condición autoinmune llamada artritis reumatoide. Esta condición es extremadamente debilitante y progresiva. Con los medicamentos correctos, se puede controlar, pero se tienen que tomar de por vida. La madre del chico era una campesina que había ahorrado dinero para enviarlo a la universidad y el chico era buen estudiante. Sin embargo, el sueldo de su madre no le alcanzaba para cubrir ni una semana de las medicinas para tratar al chico. Aun más, el reumatólogo más cercano estaba en la ciudad de Cusco (no hay reumatólogo en Abancay). Este era el único reumatólogo en la región, así que podrán imaginar lo complicado que era obtener una cita. ¿Cómo se lidia con esta situación?

 

El niño

Otra madre llegó a una sesión de terapia física cargando en su espalda a su hijo de 5 años que ya pesaba bastante. El chico no podía caminar. Tenía grandes retrasos en su desarrollo y no hablaba. Casi no se podía ni sentar sin apoyo. La madre contó que esto había comenzado hacia un año, cuando el niño se cayó. Sin embargo, algo no cuadraba. El español no era su primera lengua, así que buscamos a la traductora quechua y nos fuimos a ver a la neuróloga pediátrica.

 

Comenzamos a leer su ficha médica y notamos que, en los últimos años, el niño se había presentado varias veces al hospital con convulsiones. Nunca había hablado. La madre nos contó a través del traductor que cuando estaba embarazada del niño, su esposo le pegaba, a veces tan fuerte que se preocupaba que algo malo le pasara al bebé.

 

Todo parecía indicar que el niño había nacido con daño cerebral por falta de oxígeno en algún punto. Es difícil saber cuándo sucedió, pero lo cierto es que las palizas que esta mujer recibió no ayudaron al desarrollo del bebé. Desafortunadamente, el abuso doméstico es un problema social muy común en la sierra.

 

El niño llevaba convulsionando años y esto atrasaba más su desarrollo y causaba más daño al cerebro. La neuróloga le recetó medicinas anti-epilépticas y le dio a la madre órdenes para ir al laboratorio a evaluar los niveles de las medicinas en unas semanas, para asegurar una dosis efectiva y evitar la toxicidad.

 

Desafortunadamente, normalmente en Abancay no hay neurólogo, así que un pediatra general tendrá que seguir y manejar las medicinas del niño. En la mayoría de los casos, un pediatra referiría al paciente a un neurólogo ya que el pediatra no está entrenado en el manejo de estos medicamentos. Sin embargo, acá no hay esa opción. Como decimos en mi país, “hay que hacer de tripas corazones”. Es injusto tanto para el médico, como para el paciente, tener que atravesar por esta situación.

 

 

 

Nuestro equipo

 

Lo bueno con lo malo

Claro que no todas las historias son tristes, más de 16 niños recibieron atención para su labio y/o paladar hendido. También nos llegó una pequeña de 1 año seriamente deshidratada y en estado de choque y logramos estabilizarla. Fue una excelente oportunidad para tomar prestada la máquina de ecografía de los adultos y enseñarle a los médicos pedíatras locales cómo colocar una línea venosa central con ecografía. Así lograron transportar a la niña de manera segura al Cusco, para ser evaluada por un cirujano pediátrico que no había en Abancay. Esta chica fue transportada exitosamente y recibió cuidados quirúrgicos para aliviar una obstrucción intestinal.

 

 

Trabajando con los doctores locales para colocar una línea central

 

Creo que estas historias demarcan lo agridulces que son estas campañas. Por una parte, pienso, “Bueno, estoy ayudando la vida de algunos.” Sin embargo, llegas, ayudas, y te vas cuando aún queda tanto por hacer y el sistema es tan injusto.

 

Me consuela saber que quizás logré un pequeño cambio en el sistema. Quizás, juntos, con el tiempo y esfuerzo, lograremos más cambios y conciliaremos las necesidades médicas de todos. De esta manera, lograremos mejorar la calidad vida de muchos y hacer de este mundo un lugar algo mejor.

 

 

Michelle Ramírez es médica intensivista de niños. También es editora de una ONG Puerto Rico Rise Up. Nacida y criada en Puerto Rico, vive en la ciudad de Nueva York hace 12 años con su esposo y su hija.

Michelle Ramírez tiene un blog sobre temas de salud y bienestar al cual pueden acceder entrando al siguiente link: http://dreamvibranthealth.com/

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