GUÍA DE LA SALUD INTESTINAL

 

 

 

 

 

Dr. José Luis Berdonces

Doctor en medicina

Médico naturista

ESPAÑA

 

 

 

Lo que comemos es lo que somos, o en todo caso lo que seremos en poco tiempo. Es un hecho evidente, porque todo aquello con lo que nos alimentamos no solo acabará formando parte de nuestro cuerpo sino que está relacionado con la salud y la enfermedad, y con las actitudes mentales, psicológicas y espirituales.

 

La dieta resulta, pues, de vital importancia. Pero todo lo que comemos tiene que pasar por el sistema digestivo y se ha de dirigir mayoritariamente al intestino, ese gran desconocido al que prestamos tan poca atención, ese órgano tan sucio...y tan importante a la vez.

 

El intestino delgado mide entre cuatro y siete metros de longitud, y se puede dividir en tres partes: el duodeno, de unos 25-35 cm de longitud; el yeyuno, de unos 2,5 m de longitud; y el íleo, de unos 35m, con un diámetro aproximado de unos 3 cm. El intestino grueso, por su parte, mide alrededor de 1,5 m de longitud, es más ancho (unos 8 cm) y tiene dos partes bien diferenciadas: el colon (ascendente, transverso y descendente) y el recto.

 

Un trayecto de largo recorrido

Por su longitud y sus funciones, en el intestino delgado tiene lugar la parte más importante de la absorción de nutrientes. Ahí se dirigen, por ejemplo, las grasas absorbidas hacia los canales linfáticos, y el resto de los nutrientes hacia los vasos capilares. También en el intestino delgado los nutrientes complejos (proteínas, grasas e hidratos de carbono) son desdoblados en sus unidades más simples (aminoácidos, ácidos grasos y glicerol, glucosa y sacarosa), que tienen una estructura y un tamaño idó-neos para ser absorbidos a través de la pared intestinal.

 

El intestino delgado se inicia después del estómago, en el duodeno, donde los alimentos reciben las secreciones del hígado y del páncreas, que inician la digestión intestinal. En el trayecto del intestino delgado se produce la degradación de los alimentos, la parte principal de la absorción. Los jugos intestinales resultan de vital importancia en este proceso.

 

Como un campo de fútbol

El final del intestino delgado se encuentra en la zona del apéndice, en la válvula íleocecal, y a partir de ahí, dando una vuelta completa al abdomen, da comienzo el intestino grueso que, entre otras cosas, absorbe la gran cantidad de líquidos del contenido intestinal y empieza a dar consistencia a las heces.

 

La mucosa intestinal está formada por las llamadas microvellosidades: repliegues que aumentan la superficie de absorción y permiten una mayor interacción con los alimentos. Se ha dicho que, si pudiéramos extender estas microvellosidades, la mucosa intestinal ocuparía la superficie de un campo de fútbol.

 

Existe una clara relación entre el buen funcionamiento intestinal y la salud del organismo. Las fermentaciones, putrefacciones, flatulencias o sensibilidades alimentarias expresan un estado de disbiosis, de alteración intestinal, que puede tener efectos sobre la salud mucho más allá de la absorción de los nutrientes.

 

Un intestino demasiado dilatado, como sucede en el estreñimiento, o la absorción de una excesiva cantidad de grasas, que espesa la sangre y dificulta la circulación, son algunas de las causas intestinales que favorecen la aparición de varices, edemas y retención de líquidos.

 

Nuestro jardín interior

El médico ruso Metchnikoff, descubridor de los admirables efectos del yogur y de los lactobacilos, fue quien acuñó la palabra disbiosis para definir una afectación de la flora intestinal normal, y también quien relacionó el crecimiento correcto de los microorganismos digestivos con la longevidad y la salud. Los cambios en la flora intestinal pueden conducir a una toxemia o una alteración en la absorción de los nutrientes.

 

El primer problema es la putrefacción. El alimento, al digerirse, se pudre en parte, lo que suele deberse a un consumo alto de proteína y a un crecimiento consecuente de la flora asociada, como Bacteroides, Proteus y Klebsiella (los microbios que desdoblan las proteínas hasta convertirlas en úrea y amoniaco), junto con una reducción de la cantidad de bifidobacterias. La decarboxilación bacteriana de los aminoácidos produce aminas como triptamina, histamina o tiramina, que son uno de los factores implicados en las alergias alimentarias.

 

En estos casos también se forman gases putrefactos (flatulencias) que huelen mal, o bien se produce estreñimiento. El predominio de la putrefacción incrementa el riesgo de padecer cáncer, especialmente de colon, próstata y mama, por el aumento de subproductos como los fenoles y los ácidos biliares no conjugados, por la elevación del pH de las heces y, desde un punto de vista hormonal, por el aumento de los estrógenos.

 

Se puede corregir esta situación aumentando el consumo de fruta y verdura, y reduciendo el de carne, proteínas y grasas. Asimismo, la suplementación con bifidobacterias o lactobacilos puede servir de ayuda.

 

La fermentación también puede ser un problema, que ha de estar dentro de ciertos límites. El exceso de flora fermentativa produce distensión abdominal, deficiencia en la digestión de los hidratos de carbono y los azúcares, fatiga y alteraciones de la memoria.

 

La deficiencia de la microflora también se da de forma bastante frecuente. El consumo de antibióticos es a menudo su principal responsable. Tras un tratamiento antibiótico, existe una depleción importante de todo tipo de microorganismos, lo que provoca un nicho ecológico, un agujero, que se rellena con el primer microorganismo que coloniza el intestino. En una primera fase, la deficiencia de floras provoca digestiones alteradas, que pueden volverse crónicas si no se sigue una dieta adecuada, básicamente rica en fibra, que estimule el crecimiento de la flora de fermentación. Las heces contienen tantos microorganismos como células tiene el cuerpo. Es-tos microorganismos se han considerado ajenos, ya que no son parte integrante del organismo, pero lo cierto es que son tan nuestros como las células cerebrales, genitales o musculares.

 

El 75 por ciento de la microflora de las heces lo comprenden veinte especies. La composición varía en función del nivel del tracto digestivo, ya que el estómago -por su gran acidez- tiene relativamente pocos microorganismos, mientras que la zona colorrectal -más próxima a la evacuación- es la que más microflora contiene.

 

 

Problemas más comunes

Estreñimiento: se puede definir o bien por la frecuencia de evacuación (menos de una vez al día como norma general) o por la consistencia de las heces (duras, con dificultad para la evacuación).

 

El estreñimiento es fuente de numerosos problemas. Uno de ellos es que las heces lentamente eliminadas aumentan la reabsorción de colesterol. La retención venosa o los trastornos biliares, muy comunes en nuestra sociedad, también se ven agravados por el estreñimiento.

 

Su tratamiento básico ha de ser tanto higiénico como dietético. Higiénico porque exige algo de ejercicio: el sedentarismo es una de las grandes causas del déficit de movilidad intestinal y quien mueve las piernas mueve los intestinos. En segundo lugar, hay que consumir abundante fibra dietética presente en verduras, frutas, cereales integrales, legumbres y frutos secos, sobre todo. Por otra parte, conviene reducir el consumo de los alimentos que favorecen el estreñimiento como carnes, pescados, leche, huevos, grasas, azúcar y harinas refinadas.

 

Existen alimentos o suplementos especialmente interesantes para mejorar el estreñimiento como el kiwi, el mango, las cerezas, las ciruelas, los higos o el agar-agar (algas). La gelatina de agar- agar se hace vertiendo 30 gramos en un depósito de agua, se calienta y luego se deja reposar en moldes en la refrigeradora. Esta gelatina ayuda a soltar el estómago y se puede consumir hasta 500 gramos.

 

Diarrea: se debe al incremento del volumen y frecuencia de las heces, que por otra parte son más líquidas. Más de dos millones de personas (la mayoría niños) mueren de diarrea cada año en el mundo. Pero en sociedades más avanzadas esta situación no pasa de una urgencia menor.

 

Existen diversos tipos de diarrea: las producidas por mala absorción y las secretoras. Entre las primeras se encuentran las de tipo alérgico o debidas a la intolerancia a la lactosa, y que pueden presentarse incluso en personas usualmente no intolerantes a los productos lácteos en momentos de convalecencia. Las segundas, las secretoras, son las más comunes y están producidas por una inflamación de la mucosa, un virus o una bacteria. Desde un punto de vista naturista, la diarrea benigna es la respuesta saludable del organismo a una alteración del funcionamiento intestinal normal. Como decían los antiguos médicos griegos, ofrece la oportunidad de limpiar la casa desde dentro.

 

El tratamiento de la diarrea ha de ser esencialmente dietético. Se introducen alimentos astringentes como el agua con limón, manzana hervida o rayada con un chorro de limón, membrillo, agua de arroz o arroz hervido con zanahoria. Si se consumen alimentos animales, el pescado blanco o la pechuga de pavo o pollo son los únicos indicados, de entrada, y solo los hervidos o a la plancha. En una segunda fase, cuando mejora la diarrea, puede ser de utilidad el yogur natural para repoblar la flora intestinal. No se recomiendan muchas plantas medicinales pero sí las decocciones de corteza de encina (Quercus ilex), de salaria (Lythrum salicaria), té de hojas de culén (Psoralea glandulosa), agua de pepa de palta tostada. Estos preparados, que son ásperos y algo desagradables al sabor, pueden mejorar los síntomas.

 

Diverticulosis: Se trata de una enfermedad que va en aumento en la que la pared intestinal se hernia o invagina. Es como si en la pared del intestino (el grueso por lo general) se formaran unos dedos de guante donde se depositan las heces y se quedan estacionadas. Estas heces, al cabo de las semanas o los meses, se endurecen, inflaman las mucosas y producen dolor, que se puede traducir en dolor simple o en una inflamación algo más general, con episodios diarreicos o subobstructivos intestinales. La pared del intestino se hernia por exceso de presión y esto suele suceder cuando las heces son duras y empujan la pared.

 

El estreñimiento constituye, pues, la primera causa de la diverticulosis, debida, a su vez, a una dieta y un estilo de vida modernos en los que esca-sean la fibra dietética y el ejercicio físico. Los divertículos pueden operarse cuando suponen un problema grave, pero no es lo habitual. Para prevenir su aparición o reducir su incidencia, se ha de consumir una notable cantidad de fibra vegetal que permita ir al baño un mínimo de una vez al día - mejor dos o tres-, con heces no duras.

 

Flatulencias: Las flatulencias se producen por la digestión incompleta de algunos nutrientes, en especial los hidratos de carbono complejos, las fibras. Entre estas últimas se encuentra la estaquiosa, presente en los pellejos de los alimentos flatulentos por excelencia: las legumbres.

 

También son flatulentos los alimentos ricos en azufre, por ejemplo, las plantas de la familia de las brasicáceas (coles, coliflores, nabos, coles de Bruselas, etc.) Para reducir las flatulencias, estos alimentos se pueden cocer sucesivamente en dos aguas. En el caso de las legumbres, resultan preferibles en forma de puré y en cantidades moderadas.

 

El consumo de las plantas carminativas ayuda a prevenir las flatulencias. Se pueden tomar en tisana o añadidas a los alimentos. Entre ellas citamos las que tienen sabor a anís, como el anís propiamente (Pimpinella anisum o lllicium rerum), el hinojo (Foeniculum vulgare) o el comino (Cuminum cyminum). Una tisana de anís verde al final de la comida puede prevenir las flatulencias, pero no hay que olvidar que a menudo su origen es el aire que se traga con la comida, al comer rápido o sorber, o también un exceso de bebidas carbónicas o cerveza.

 

Desequilibrio de la flora intestinal

La flora intestinal normal se puede alterar por muchos factores. En primer lugar, por la alimentación, ya que los microbios crecen en función de cómo nos alimentamos y les alimentamos.

 

Pero también se sabe que tomar antibióticos o medicación crónica, como los antiinflamatorios, puede modificar la flora intestinal al aumentar la flora de putrefacción. El estrés es otra de las causas de la disminución de microorganismos benéficos, ya que suele ocasionar un tránsito más rápido que no permite el buen crecimiento de la flora acidófila. Esto se puede traducir en digestiones difíciles de tipo crónico, con flatulencias, sensación de pesadez y alteraciones de la defecación, tanto de diarrea como de estreñimiento. No es aventurado en este caso recurrir a una suplementación con lactobacilos o bifidobacterias, flora que se encuentra en los diversos tipos de yogur (desde el más clásico a los ultramodernos con floras más evaluadas) o en los suplementos de microorganismos muy numerosos.

 

Resulta útil introducir en la dieta toda clase de alimentos fermentados, como choucroute (col ácida fermentada), otras verduras fermentadas, o salsa de soya naturalmente fermentada, ya que aportan otros microorganismos que, sin ser tan importantes como los lácteos, pueden ayudar a conformar una flora más adecuada.

 

La suplementación con microorganismos se ha de mantener durante unos meses, con periodos de descanso y cambiando esencialmente la dieta, porque no sirve de gran cosa que aportemos las “semillas” (los lactobacilos o bifidobacterias, sobre todo) si luego no aportamos el terreno o sustrato adecuado para su crecimiento (el alimento).

 

Colon irritable: El colon irritable es una patología que va en aumento. Cada vez se diagnostica más este síndrome, en el que suelen alternar la diarrea y el estreñimiento asociados a alteraciones emocionales.

 

A la luz de los estudios realizados sobre neurotransmisores intestinales como la serotonina, parece entenderse mejor la relación entre el estado de ánimo y el colon irritable. No se descartan tampoco los casos de intolerancias y alergias alimentarias, por lo que el tratamiento del colon irritable consiste, en primer lugar, en la higiene mental a la hora de comer (con tranquilidad, sin alimentos excitantes como el alcohol, té o café) y, en segundo lugar, en una dieta natural y adecuada (evitando alimentos preparados con conservantes, colorantes o nutrientes modificados artificialmente, derivados lácteos, especialmente los más modificados, y grasas hidrogenadas).

 

Abdominalgias: Los espasmos intestinales son un problema bastante frecuente, sobre todo en los niños y jóvenes púberes, aunque se pueden presentar a cualquier edad. Son debidos a espasmos de la musculatura intestinal, que provocan en muchos casos una flatulencia localizada y dolores punzantes en la barriga. Se recomienda en estos casos una dieta libre de excitantes (café, té, picantes, fritos, bebidas de cola y refrescos en general) y un masaje abdominal profundo, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, que abarque todo el abdomen. Este tipo de masaje facilita el tránsito intestinal y alivia el espasmo.

 

Si los espasmos ocurren con frecuencia puede ser útil tomar tisanas anti flatulentas y sedantes como la manzanilla (Anthemis nobilis), la melisa (Melissa officinalis) y el anís verde (Pimpinella anisum), mezcladas a partes iguales y tomadas varias veces al día.

 

 

UNA PIEZA CLAVE DEL SISTEMA INMUNITARIO

 

Frontera: se piensa, en general, que los órganos inmunitarios están situados en la médula ósea, los ganglios linfáticos u órganos más o menos desconocidos. Sin embargo, como el intestino constituye una frontera entre el medio externo (representado por los alimentos) y el medio interno, está especialmente protegido para conservar la salud del organismo.

 

Ganglios linfáticos: el intestino es el órgano del cuerpo con una mayor cantidad de ganglios linfáticos, elemento esencial del sistema inmunitario. La alteración de este sistema linfático intestinal afecta a la salud de todo el cuerpo, no solo en cuanto a la aparición de alergias, más propias del sistema inmunitario, sino a enfermedades degenerativas como el cáncer o la artrosis.

 

 

LOS HUMORES INTESTINALES Y SU RELACIÓN CON LOS ESTADOS DE ÁNIMO

 

En muchos desórdenes gastrointestinales está implicado el llamado “cerebro intestinal”, un sistema nervioso autónomo que controla los órganos digestivos, que influye sobre el ánimo y a su vez es sensible a las emociones.

 

El segundo cerebro: después del cerebro, el lugar del organismo en el que se acumulan más neuronas es el intestino, configurando lo que se denomina el sistema nervioso entérico o intestinal (ENS, por las siglas en inglés). Se puede decir que en el intestino tenemos realmente un segundo “cerebro”, porque los últimos hallazgos apuntan a que está literalmente forrado de células nerviosas que funcionan de forma autónoma. El sistema digestivo tiene más neuronas que la médula espinal.

 

Serotonina y colon: la actividad de los neurotransmisores registrada en el intestino resulta muy elevada. La serotonina es el neurotransmisor asociado con la felicidad. Muchos antidepresivos funcionan aumentando los niveles de serotonina en el fluido cerebro espinal. Pero el 75 por ciento de la serotonina corporal no se utiliza en el cerebro sino entre las neuronas digestivas.

 

Se sabe, por ejemplo, que la serotonina es una de las sustancias que más relacionadas están con la motilidad del colon. De hecho, muchas personas que toman antidepresivos inhibidores de la recaptación de la serotonina suelen experimentar alteraciones intestinales, como diarrea o estreñimiento.

 

Intestino y emociones: una mala digestión conduce a un mal estado de ánimo; una digestión pesada enlentece el pensamiento y agria el humor; una alteración biliar puede producir amargura y cólera; y una acidez intestinal provoca irritabilidad. Y viceversa, porque se trata de acciones recíprocas.

 

Hay razones por las que el sistema nervioso central actúa: una diarrea puede ser resultado del miedo, y los trastornos del apetito están íntima-mente relacionados con el estado emocional.

 

 

 

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA EDICIÓN 9.

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